Posteado por: mvmspanish | noviembre 22, 2018

LAS PARÁBOLAS DEL TESORO ESCONDIDO Y LA PERLA DE GRAN VALOR – Mateo 13:44-46

“El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo, que al encontrarlo un hombre, lo vuelve a esconder, y de alegría por ello, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo.”

“El reino de los cielos también es semejante a un mercader que busca perlas finas, y al encontrar una perla de gran valor, fue y vendió todo lo que tenía y la compró.”

Las semejanzas de estas dos parábolas cortas dejan claro que enseñan que el reino de los cielos es de gran valor. Ambas parábolas involucran a un hombre que vendió todo lo que tenía para poseer el reino. El tesoro y la perla representan a Jesucristo y la salvación que Él ofrece. 

Jesús comenzó Su parábola con las palabras: «El reino de los cielos es semejante…» El reino de Dios está dondequiera que se haga la voluntad de Dios. Jesús comparó el reino de Dios con el tesoro escondido; significando que el reino de Dios es el tesoro. 

Jesús nos está diciendo que el reino de Dios es mucho más valioso que cualquier cosa en este mundo. ¡No hay nada que se compare a una relación amorosa con el Creador del universo!

El reino de los cielos es conocer al Padre y al Rey. Es escuchar Su voz; es tener Su paz, Su gozo, Su amor y poder. Jesús dijo: “yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Juan 10:10). 

La vida fuera del reino de Dios no es lo que Dios quiso que fuera. Es una vida que está separada de Dios (Isaías 59:2).

Jesús vino y ofreció el reino. ¡Todo el que elige confiar en Él tiene vida en el reino, que es la vida en su plenitud! 

Él está diciendo a Sus discípulos lo que se compara en valor con la nueva vida que Él quiere darles. ¡Si perteneces al reino, tienes el mayor tesoro! Y Dios, el Rey, entrega este tesoro a todos los que confían en Él. 

En ambas parábolas, los tesoros están ocultos, lo que indica que la verdad espiritual está oculta y no puede ser encontrada por la sabiduría mundana. Mateo 13:11-17 y 1 Corintios 2:14 aclaran que los misterios del reino están ocultos para algunos que no pueden escuchar, ver y comprender estas verdades. Por lo tanto, los desobedientes cosechan las consecuencias naturales de su incredulidad, que es la ceguera espiritual. Por el contrario, aquellos cuyos ojos están abiertos por el Espíritu disciernen la verdad espiritual y comprenden su gran valor.

En los tiempos de Jesús, las perlas eran especialmente valiosas. Entonces Jesús continúa la parábola, refiriéndose a un hombre que encontró una perla muy valiosa. Este hombre, al contrario del otro, estaba buscando activamente por tesoros. Este hombre era como las personas que habían escuchado las profecías de Dios, y estaban esperando el Mesías, el Salvador, aparecer. Aunque estas personas estaban buscando el reino de Dios, cuando finalmente lo encontraron, fue mucho más precioso de lo que habían esperado.

Al igual que en la primera parábola, el hombre abandonó todo lo que poseía para obtener la perla. Él también sabía que nada de lo que poseía podía compararse con el gran tesoro que finalmente había encontrado.

Observe que el comerciante dejó de buscar perlas cuando encontró la perla de gran precio. La vida eterna, la herencia incorruptible y el amor de Dios a través de Cristo constituyen la perla que, una vez encontrada, hace innecesaria la búsqueda adicional.

Cristo cumple nuestras mayores necesidades, satisface nuestros anhelos, nos hace íntegros y limpios delante de Dios, calma y sostiene nuestros corazones y nos da esperanza para el futuro. El «gran precio», claramente, es el que ha sido pagado por Cristo para nuestra redención. Él se vació de Su gloria, vino a la tierra en la forma de un hombre humilde y derramó Su preciosa sangre en la cruz para pagar la pena por nuestros pecados.

El reino de Dios vale mucho más que cualquier otra cosa. El énfasis no está en lo que renunciamos, sino en la nueva vida insondable que se nos ofrece.

El punto de estas dos parábolas es el gran valor de ser parte del reino de Dios. Ambos hombres, con gusto y alegría, abandonaron todo lo demás para reclamar su nuevo tesoro encontrado. Jesús deja claro que no debemos permitir que nada nos impida entrar en el reino de Dios.

Es cierto que el reino está disponible para nosotros solo por gracia a través de la fe; pero fe genuina significa abrazar y rendirse genuinamente al reino de Dios, no simplemente reconocerlo y luego ignorarlo, como si no existiera. El reino es un tesoro, y aquellos que realmente creen sacrificarán todo en sus vidas para poseer lo.

Para aclarar aún más esta parábola, vemos en la primera parábola, donde el hombre encuentra el tesoro simplemente por accidente. Lo encontró mientras trabajaba en el campo de otra persona. Así es como Cristo entra en la vida de algunas personas. Están viviendo sus vidas con o sin problemas y, de repente, escuchan el mensaje del Evangelio que transforma toda su vida.

En el segundo caso, el hombre está buscando algo de gran valor y tiene un objetivo muy definido en mente, la perla perfecta. Del mismo modo, una persona puede estar buscando un significado real en su vida. Es posible que hayan intentado muchas cosas ya con solo una satisfacción parcial. Luego se encuentran con el Evangelio de Jesús y saben que aquí está la respuesta que han estado buscando. Todo lo demás se abandona, ya que ahora se enfocan completamente en seguir el camino del Señor.

Una vez que realmente entendamos lo que significa vivir bajo el señorío de Dios, una vez que tenemos una comprensión plena de la visión de vida que Jesús propone, entonces todo lo demás se vuelve insignificante. Y, cualesquiera que sean los atractivos que puedan surgir, sabemos que no hay otro camino a recorrer. Jesús es el camino, Jesús es la verdad y Jesús es la vida; y nosotros no cambiaríamos Su camino por nada.

“Sin embargo, todo aquello que para mí era ganancia, ahora lo considero pérdida por causa de Cristo. Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a Cristo y encontrarme unido a él. No quiero mi propia justicia que procede de la ley, sino la que se obtiene mediante la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios, basada en la fe. Lo he perdido todo a fin de conocer a Cristo, experimentar el poder que se manifestó en su resurrección, participar en sus sufrimientos y llegar a ser semejante a él en su muerte. Así espero alcanzar la resurrección de entre los muertos” (Filipenses 3:7-11).

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